el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

elpajarolibro.blogspot.fr

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miércoles, 22 de mayo de 2013

Mi contribución a la revista Contacto: una pequeña página de la historia literaria villaclareña




En reacción a la publicación de una vieja foto en mi página Facebook, mi antiguo condiscípulo y ex colega de luchas literarias juveniles, José Luis Rodríguez de Armas, me preguntaba:
"TE ACUERDAS CUANDO LUIS CABRERA QUERÍA METER -A TODA COSTA- UN CUENTO INFANTIL EN LA REVISTA CONTACTO DE LA BRIGADA HERMANOS SAÍZ DE VILLA CLARA. ESTO FUE EN 1982."  

No recuerdo eso, puesto que yo me fui de Santa Clara en julio de 1981 cuando el número 0 de Contacto solo estaba en imprenta, y aunque mantuve estrechos contactos con mis amigos y colegas villaclareños, seguí publicando en el periódico “Vanguardia” y participé en algunas actividades literarias de la provincia, no creo haber vuelto a participar en las reuniones del consejo de redacción del órgano de la BHS villaclareña. 

Por un descuido de la imprenta, la página de créditos de aquel número inaugural desapareció, borrándose así la prueba irrefutable de que fui no solo uno de los creadores de la revista, sino incluso su director. Carlos Alé asumió la dirección con mi partida a Santiago (en mi coche de aguas negras: un “colmillo blanco”; lujoso ómnibus japonés de marca Hino en que el aire acondicionado obligaba a los viajeros a incluir abrigo en su equipaje de mano). Nada más justo, puesto que su colaboración fue decisiva desde la primera reunión, no solo por la experiencia adquirida en los talleres del periódico provincial, donde trabajaba como formatista, sino por las dotes de editor que confirmaría en el futuro, en su calidad de piedra angular de publicaciones periódicas como “Brotes”, “Huella” y “Signos”, y de Ediciones Capiro.


Carlos y yo trabajamos intensamente en todos los detalles: de contenido, forma, nombres de los autores que publicaríamos... No recuerdo quienes eran los restantes integrantes del consejo editorial, y no tengo a mano el número 1, que podría esclarecer este punto; pero pienso que ya participaban algunos de los miembros más activos de la sección de literatura de la Brigada Hermanos Saíz (Mariana Pérez, Ricardo Riverón, José Luis Rodríguez de Armas y representantes de las otras secciones). Entre las diversas propuestas se impuso el nombre que yo defendía. Sin embargo, Carlos descartó uno de mis argumentos más ardientes: el logo que yo mismo había diseñado y que, creo recordar, se inspiraba demasiado fielmente en el de la revista juvenil de la República Democrática Alemana (Kontakt) a través de la que, precisamente, nos habíamos conocido. El logo nunca se publicó, pero lo describo en el párrafo final del breve editorial “Apenas introducir…”, que redacté, pero firma La Redacción: “Queremos ser un medio de expresión libre y comunicación estrecha –de ahí nuestros símbolos: la mano abierta y la mensajera paloma…”. 

El número 0 demoró mucho en prepararse y aún tardó seis meses en imprimirse (en el editorial aludo al burlón escepticismo generado por tan lenta gestación), pero su calidad –que mucho debió al profesionalismo de Carlos Alé y de Jorge Rodríguez Sosa que se esmeraron en el aspecto formal- fue saludada en todo el país. El hecho que todavía diez años después, se mantuvieran las mismas secciones iniciales, confirma lo maduro del concepto. Esas secciones se definían a sí mismas en aquel número inicial: “Perfil” (obras inéditas de autores destacados de la provincia), “Opción” y “Polémica”, (crítica y ensayo), “Huésped” (autores de otras provincias e incluso de otros países), “Taller” (obras en verso y prosa de los más jóvenes creadores), “Expediente” (currículo de los colaboradores), y otras que se explicaban por sí mismas: “Poemas”, Literatura para niños” y “Cuento”. Este primer número se excusaba de ser puramente literario pese a definirse como publicación de la Brigada Hermanos Saíz de Escritores y Artistas Jóvenes (cuyo Reglamento se incluía en las páginas finales) y prometía conceder mayor espacio a música, artes plásticas y escénicas en sus próximos números… algo que efectivamente hizo.

Que no fui el director de aquel número inaugural parecería confirmarlo una privet joke que incluí al final de la entrevista a Agustín de Rojas que firmé, como otros artículos de la época, con mi anagrama Leo J. Sorell. En la nota, el director le recordaba al entrevistador un dato que éste había supuestamente olvidado: incluso quienes sabían que Leo J. Sorell y Joel Rosell eran una misma persona, no advertirían que se trataba de un truco postmodernista mío para añadir una información en un texto ya diseñado). 

El caso es que para aquel primer número que me encapriché en que denominásemos 0, escogí mi preferido entre los cuentos infantiles que Luis Cabrera tenía terminados entonces (de “Narraciones de Jarahueca”, su primer libro, tardíamente publicado) y de mi firma me contenté con publicar un ensayito sobre literatura infantil “Crítica de una crítica falta de crítica” de manera que ésta se viese representada desde el primer número no solo con textos de creación, sino también de esa reflexión que tanto faltaba por aquellos tiempos en la prensa cultural cubana. De ello me quejaba en ese imperfecto estudio, que había presentado en uno de aquellos memorables Coloquios de la crítica de San Miguel de los Baños. Por una razón que ignoro, no volví a publicar en Contacto ¡hasta 1988!, cuando estrené la primera versión de “El paraguas amarillo”, el primer resultado de la que se convertiría en mi forma más característica de narrar (en privado la denomino “fantasía comprometida”).

Imagino que en 1982 Luis Cabrera entró en el consejo de redacción y continuó mi eterna pelea por la literatura infantil.
una foto de aquella época... en el periódico Vanguardia, de Santa Clara
otra foto de la época, durante un Sábado dlel Libro en Santa Clara. A la extrema izquierda José Luis Rodríguez de Armas, entonces especialista provincial de literatura, y el escritor Félix Luis Viera (al micrófono)

Lo cierto es que no he tenido demasiada suerte como editor; tras ser nombrado Director de Literatura de la provincia Santiago de Cuba, elaboré un proyecto de revista (muy parecido al de Contacto) que se quedó inédita cuando me marché a La Habana el 1 de enero de 1985. Sé que antes y después elaboré otros proyectos que naufragaron… o no. Por ejemplo, la página infantil “La Cigarra” de la revista Liberación que publicaba un colectivo de emigrados sudamericanos en Malmoë, Suecia, y de la que elaboré enteramente cuatro números (uno dedicado a América Latina, y los otros a Brasil, Cuba y Santa Clara). Pero eran solo cuatro páginas –ocho en uno de los números-, y fue solo casi 20 años más tarde (bien decía Gardel…) que conseguí realizarme como editor de una publicación realmente compleja: el Cuaderno de Alija n° 1, 2ª época. Lamentablemente… volví a marcharme dejando el material listo para un n°2 que se perdió en la abulia cuando “el amo” se montó en el caballo (con alas, de Lufthansa) y se fue con su ojo a otra parte… 
 

Cuadernos de ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina) n°1, II época. Buenos Aires, 2004.

 
 
 
 
otras publicaciones que he editado:
 
página infantil “La Cigarra” de la revista Liberación (Malmoe, Suecia, años 93-94)
 
 

 
 
“Meñique”. Publicación mensual, y luego trimestral del Departamento Juvenil de la Biblioteca “Martí” de Santa Clara. Fui su editor entre 1976 y 1981. Posteriormente el boletín contó con pocas colaboraciones mías, pero conservó hasta mediados de los 90 el logo (dibujo y letrero) que diseñé a pedido de la directora de la sala unos 20 años antes.


Es verdad que no cambié “la vaca” por “la chiva”, pues dejé Buenos Aires por París… y aquí empecé a colaborar con un colectivo de gentes del Caribe que edita Ti-Woch magazine, una revista en francés enteramente destinada a los niños y centrada en la promoción de las culturas mestizas (creoles) del Caribe. Esta vez sí he conseguido ver el número 2 y trabajamos en el número 3 actualmente. Lentos, pero seguros como el Elefante… que no existe en el Caribe, pero es emblemático de nuestra Abuela Patria: África, y símbolo de buena memoria. No es que yo pueda ufanarme de mis archivos mentales, pero algo he tenido la precaución de anotar y conservar.


Los dos primeros números de la revista sobre culturas caribeñas destinadas a niños de 7 a 12 años (en francés): "Ti-woch magazine". El primer número presta especial atención a Guadalupe y el segundo a Martinica, ambos departamentos franceses de Ultramar. El número actualmente en preparación está dedicado a Haití y el siguiente prevemos dedicarlo a Cuba.

 

viernes, 28 de diciembre de 2012

LA CASA DE LOS CUENTOS


Fragmento del ensayito que cierra mi libro de cuentos     Sopa de sol y otros juegos de la imaginación
publicado en Buenos Aires (Tinta Fresca, 2011).










Mas información sobre este libro en la página Sopa de sol de este mismo blog


¡Qué dura es la vida de los cuentos! Casi tan dura como la vida de los escritores, que nos pasamos el día y la noche, la madrugada y la hora de la siesta corriendo tras ellos.

Los cuentos son criaturas extrañas. Habitan en cualquier parte: en los zaguanes y tras las estatuas de los parques, en lo profundo de la selva y en el bolso diminuto de una estrella de cine, en un tubo de ensayo del Hospital Universitario y en la piedra roja de la sortija de mamá… Pero sobre todo, viven en los sueños. Cuando se rompe un sueño, en medio de la noche o al despuntar la mañana, el cascarón queda por ahí, medio invisible y casi siempre con un cuento adentro: pelón, cegato y piando como un pichón hambriento… Hasta que un escritor lo descubre y lo salva, escribiéndolo.

Pero nunca es fácil: ni los cuentos que se esconden en los rincones de la casa ni los de las ruinas remotas, ni los que se disimulan entre los trastos del sótano del colegio ni los que viajan en automóviles de lujo… Ningún cuento es fácil de tratar. Algunos te muerden cuando los recoges y otros se esconden en tu abrigo del invierno y ahí permanecen, royendo cualquier recuerdo y haciendo un ruido que casi no se escucha, pero que te impide dormir.
Las personas que leen mucho y bien, saben que hay cuentos pícaros que se esconden en los libros. En los que uno escribe y en los de otros escritores; en los libros buenos, pero sobre todo en libros malogrados. Esos cuentos invisibles, que nadie ha escrito todavía, fastidian a los personajes ridículos y a las palabras torpes de los libros malogrados; hasta que unos y otras quedan desenmascarados ante los ojos del lector más inocente y del autor más distraído. “Esta es la historia del conejo de la Luna” brincoteaba entre unos tontísimos libros sobre conejitos que hallé en la biblioteca municipal. Era un cuento invisible, pero decidido, así que me siguió a casa y se coló, sin pedir permiso, en la primera hoja que puse en la máquina de escribir.



Puede ocurrir que un cuento se pose aquí y allá, dejando sus huevitos, titilantes como estrellas, en el pelo de más de un escritor. No siempre resulta fácil saber si dos escritores tuvieron una idea parecida al mismo tiempo, o si uno influyó (como gustan decir los críticos) al otro. Antonio Orlando Rodríguez publicó hace tiempo un cuento llamado “Sopa de estrellas” y no sé si lo leí antes de imaginar mi “Sopa de sol”. Por eso he tomado mis precauciones: porque somos amigos… y porque Antonio es un famoso espadachín.
 
Los cuentos son ladronzuelos que roban en la vida de sus autores. Algunos hacen como las urracas y atrapan cualquier cosa que brille en el fondo de tu conciencia. Pero otros son como Arsenio Lupin, el caballero ladrón, y se apoderan de valiosos secretos de familia; o como Robin Hood, el que quitaba a los ricos para dar a los pobres; esos cuentos toman grandes trozos de la vida de su autor para entretener a quienes no tienen tiempo de correr aventuras.

Hay cuentos bromistas, que pasan y repasan, te hacen muecas, te despeinan, te revuelven las páginas, te apagan la computadora… mientras tú tratas de capturarlos con un papel en blanco; para que dejen de hacerte picardías y se las hagan a los lectores.

En este libro hay textos que, apenas escritos, hicieron nido en diarios de Cuba y Ecuador, y tres de ellos incluso se juntaron en un librito tan flaco que todo el mundo, hasta yo, llamaba “plaquette” a pesar del bonito nombre que le puso un poeta amigo: Juegos de la imaginación. Esa frase me parece tan adecuada para los textos del volumen que ahora tienes en las manos, que se la puse como subtítulo (que viene a ser como el apellido de un libro).
Un caso especial es el de “La familia espantapájaros”. Ese me lo presté yo mismo desde un libro llamado Los cuentos del mago y el mago del cuento. Es que me gusta tejer finos lazos entre mis obras; para que se sepa que forman familia. En este libro que ya llega a su final, te has encontrado personajes como Ertico o el Pájaro libro, que corrieron sus mejores aventuras en otros libros, pero también he usado formas más disimuladas de entretejer (¡a ver si descubres alguna!) unos relatos con otros.

Los once cuentos de Sopa de sol; los pálidos y tímidos que nadie había leído, y los bronceados y bulliciosos, ya publicados, querían hacer nido (hacer libro) juntos. Viejitos rozagantes o jovencitos con ciencia, descubrieron que eran parientes y se llevaban bien. Su casa tenía que construirla yo con palabras sólidas, maduras, propias; aprovechando la experiencia adquirida tras recoger, alimentar y echar al mundo tantas otras historias: cuentos, novelas y hasta ensayos (esto que lees es un ensayo, aunque por momentos se dé aires de cuento) que recibieron premios, pasaron por radio y televisión, se convirtieron en obra de teatro, fotonovela y en historietas ilustradas, y que tuvieron miles de lectores en países donde he vivido o no, y en lenguas que comprendo, o tampoco.
 
Un libro es una casa, y cada historia necesita vivienda a su gusto . De alguna manera, la casa de una novela es la novela misma; como son uno el molusco y su caracol. Pero los cuentos, nacidos distintos, para vivir juntos necesitan una casa múltiple, que ellos ayudan a construir. Como las abejas, que crean su colmena con la cera que se sacan del cuerpo y con la música de sus alas. Una novela es una gran mansión y un libro de cuentos es un edificio de apartamentos; juntos pero no revueltos.

Edificio o mansión, un libro se construye con los materiales, planos y cimientos aportados por el escritor con sus historias, ideas y lenguaje. El ilustrador y el diseñador ponen cuadros en las paredes y florecen el jardín de la casa. Pero el editor y el impresor son los albañiles que convierten la obra en esas como cajitas de papel que irán a parar a las manos de miles de lectores.

Con todo y eso, el trabajo no está terminado. Porque ¿qué es un libro sin lectores? Un armatoste de papel con manchitas negras y a veces también en colores; palabras mudas y colores sin luz.

La verdadera aventura comienza cuando tus manos, Lector, abren la tapa que es la puerta del libro-casa. Tu imaginación enciende los colores, anima las palabras y entonces, entonces sí, los cuentos vuelan de nuevo, vuelan para no detenerse jamás.

 
Todas las ilustraciones de este artículo las dibujé para una versión a todo color que debió publicarse en Venezuela en 2007 (debió ser mi segundo libro como autor ilustrador).
 

viernes, 14 de septiembre de 2012

Pájaros en la cabeza en manos de 30 000 chicos de Buenos Aires

 
El Gobierno de Buenos Aires ha distribuidos mi libro Pájaros en la cabeza a todos los alumnos de tercer grado de las escuelas públicas de la de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (capital federal de la República Argentina), dentro de un programa titulado Leer para crecer.

La información me la ha enviado Werner Agazzi, maestro de algunos de esos 30 000 chicos en la escuela 18 de mayo. Sus alumnos han publicado comentarios sobre este cuento en la página http://biblioteca18de5.blogspot.com.ar/2012/08/pajaros-en-la-cabeza-de-joel-franz.html).

Bellamente ilustrado por Marta, Torrao (ganadora del Premio Nacional de Ilustracion de Portugal), este libro fue magnificamente editado por la editorial gallega Kalandraka. Desde 2004 ha acumulado varias ediciones y traducciones al gallego, el portugués y el coreano. La Biblioteca Internacional de la Juventud lo incluyo en su prestigiosa seleccion de los mejores libros infantiles publicados en el mundo (The White Ravens, 2006) y la Unión de Escritores de Cuba le otorgo el Premio La Rosa Blanca a los mejores libros de autor cubano publicados en el año.

Pájaros en la cabeza cuenta con página propia en este blog
http://cuentosdelmagodelcuento.blogspot.fr/p/pajaros-en-la-cabeza-uno-de-los-mejores_11.html

jueves, 7 de junio de 2012

un escritor cubano en la feria del libro de madrid







Estoy en la Feria del Libro de Madrid


Viernes  8 desde las 18 horas en la caseta nº 139 de Kalandraka ("El Paraguas Amarillo", "Gatito y el balón", "Don Agapito el apenado", “Pájaros en la cabeza")




Sábado de 11 a 14 horas en la caseta 283 de Ediciones de la Torre ("Los cuentos del mago y el mago del cuento")



Domingo 10 en la tarde en la caseta nº 139 de Kalandraka ("El Paraguas Amarillo", "Gatito y el balón", "Don Agapito el apenado", “Pájaros en la cabeza")

lunes, 19 de diciembre de 2011

http://www.culturamas.es/blog/2010/09/10/entrevista-a-joel-franz-rosell/

               Entrevista a Joel Franz Rosell


Culturamas : Madrid, septiembre 10, 2010 ·

por Carmen Fernández Etreros.

Escritor, crítico, conversador dinámico, reflexivo Joel Franz Rosell comparte con Culturamas sus opiniones sobre la literatura infantil y sobre el panorama editorial actual. Una oportunidad para conocer al autor de más de veinte  libros infantiles y juveniles como Exploradores en el lago, Mi tesoro te espera en Cuba, Pájaros en la cabeza o Don Agapito el apenado.

P. ¿Cómo nace tu interés por escribir libros para niños?

R. A los once años entré por primera vez en la biblioteca provincial de Santa Clara en el centro de Cuba y me enamoré de algo que no existía en las librerías cubanas: historias apasionantes y de escenarios (para mí) exóticos, en forma de historietas a todo color, novelas con tapas plastificadas y expresivas ilustraciones; todo editado en España bajos los sellos de Molino, Juventud, Noguer, Lumen… Pero apenas año y medio más tarde, comencé a asistir a una escuela que quedaba a 10 kilómetros del centro y la biblioteca se me volvió inaccesible. No pude soportar mi soledad, y comencé a escribirme novelas detectivescas y de aventura cuyos héroes, cubanos o extranjeros, recorrían el planeta e incluso el espacio sideral.

 La guerra de los botones - Poster original, 1962

Si mi primera novelita, comenzada antes de cumplir trece años, me la inspiró una película La guerra de los botones de Yves Robert, los recursos literarios -de aquella, y de las 53 novelas que la siguieron en solo 7 años- provenían de aquellas ediciones, devenidas inalcanzables tras mi deportación a la sección para adultos de la biblioteca. Con 15 años yo comenzaba a leer libros para mayores, pero no los tenía por modelo (no los tengo hasta hoy) a la hora de escribir. Mis hermanos y algún que otro amigo hicieron suyos mis “pininos” (¡qué fea palabra!) literarios. Mi hermana menor me decía: “No tengo nada que leer: escríbeme un libro”. Yo cocinaba mi historia en una semana y ella la devoraba en dos horas. Su veredicto era siempre el mismo: “Estaba muy bueno tu libro. Escríbeme otro”.

P. Cuando eras pequeño, ¿fuiste un niño lector? ¿Qué libros infantiles eran tus preferidos?

R. Mi amor por todo lo impreso comenzó antes de saber leer y de tener libros. Cuando en 1959 mi familia se mudó a la capital provincial, mi hermano y yo poseíamos una abultada colección de comics norteamericanos que no cabían en nuestra nueva casa. Se quedaron en el cuarto de trastos, entre un robusto mango y el molino de viento que sacaba el agua del pozo. Nunca se cumplió la vaga promesa paterna de recuperar aquellos tebeos más tarde; la flamante revolución encabezada por Fidel Castro decretó que Donald, Mickey, El pájaro loco, la Pequeña Lulú y compañía eran peligrosos enemigos del pueblo cubano… Pienso que en aquella privación está el origen remoto de mi amor a la lectura, los libros y la literatura. A lo largo de toda mi vida he perdido muchos libros, pero antes de cumplir cinco años debo haber comprendido que los únicos que no podrían quitarme nunca serían los que escribiese yo mismo.

Javi y los leones - Edelvives

Debo haber comenzado a leer literatura en una modesta colección del Ministerio de Educación (de Cuba). No me viene a la mente ningún autor, salvo el inevitable, ubicuo, deificado casi, José Martí. Quizás fueran anónimos aquellos libros, pues he reconocido algunas historias en el acervo (¡otra palabra espantosa!) popular. Curiosamente, recuerdo muy bien el papel: era como un delgadísimo fieltro que volvía las ilustraciones brumosas y mágicas. También tuve libros soviéticos y chinos; eran más bonitos que los cubanos, pero cuando no contenían leyendas y cuentos populares, se empeñaban en trasmitir espesos mensajes ideológicos. Mis primeros auténticos recuerdos de lector remontan a mis 9-10 años, cuando recibí como regalo de cumpleaños un ejemplar de A orillas del Yang-tsé, en la edición de Juventud que ignoro cómo mis padres consiguieron procurarse. También de esa época recuerdo un cuento -¿checoslovaco, húngaro?- sobre un niño tímido cuyo amigo imaginario era un león rojo. Me encantaría reencontrarme con ese libro y comprobar hasta qué punto le debo mi cuento Javi y los leones.

Pero mis lecturas más fieles e influyentes fueron las novelas de niños detectives de Enid Blyton y Malcolm Saville, “Las Aventuras de Tintín”, La isla misteriosa, Los 500 millones de la Begún y otras novelas de Julio Verne, las series Kasperle, de Josephine Siebe y Mumín, de Tove Jansson, Aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, y varias novelas de los suecos Astrid Lindgren, Ake Holmberg y Edith Unnerstand. También me encantaron tres libros soviéticos que dirán poco a los españoles de mi edad: Timur y su pandilla, de Arkadi Gaidar, El viejo Jottábich, de Lazar Laguin, y Los tres gordinflones, de Iuri Olesha. Junto con la compilación de cuentos y poemas Había una vez, elaborada por el hispano-cubano Herminio Almendros, el único libro infantil cubano que me marcó la infancia es Aventuras de Guille, de Dora Alonso. Descubrí esta novela en el excelente suplemento infantil del periódico Revolución, donde salió en capítulos semanales durante el último trimestre de 1964, y dos años después pude adquirir la edición en libro. Esta fue la única novela infantil cubana hasta 1979 y dejó alguna huella en mi obra. La gran dama de la literatura cubana me ofreció su amistad y un par de buenos consejos que no me he cansado de agradecerle… incluso introduciéndola en mis novelas La tremenda bruja de La Habana Vieja, donde hace una aparición fugaz, con nombre y apellido,Exploradores en el lago, donde se disimula -apenas- en el personaje de la doctora Doralina Pérez Corcho.

Mi tesoro te espera en Cuba - Edelvives
P. Como has vivido en muchos países, ¿qué crees que debe tener un libro infantil para gustar a cualquier niño?

R. No creo que haya ningún libro capaz de gustar a cualquier niño (todos los niños). Si en una misma familia no hay dos hermanos iguales, menos semejanza aún hay entre los diversos niños de un país, aun cuando pertenecen a la misma generación. Lo anterior es una perogrullada, pero no está de más: hay cierta tendencia a olvidar que no existe ese niño promedio al que se dirige el mercado editorial con sus colecciones y demás estrategias uniformizadoras. En realidad es muy difícil encontrar libros que gusten por igual a millones de chicos de los países más diversos… Y no me arredra el ejemplo de Harry Potter pues todo el que ha pensado en el asunto sabe que la calidad cierta de las novelas de Joanna Rowling no basta para explicar su pasmosa globalización.

No habiendo dado cumplida respuesta a la pregunta, vuelvo con una perogrullada todavía mayor: para que un libro guste a cualquier niño, ese libro ha de ser bueno. La trampa está en la definición de lo que es un buen libro: algo relativo y absoluto a la vez. Para un pequeñín que no quiere irse a la cama porque la oscuridad le asusta, un sencillo cuento nocturno puede resultar el soporífero perfecto, pero el verdadero buen texto de tal tema será aquel que quita el miedo a las tinieblas de por vida; un relato que, presumiblemente, no hablará de falta de luz sino de la falla afectiva o de confianza en sí mismo que hace amilanarse a cualquiera ante la imposibilidad de percibir qué le rodea.

En fin que, para mí, buen libro es aquel que no tiene un mensaje sino muchos; aquel que en lugar de satisfacer una necesidad dada en un momento dado, siembra una semilla que germinará toda la vida, liberando sentidos ocultos… incluso sin que el lector, devenido adulto, recuerde ese libro. Y por supuesto (el orden de los factores no indica su importancia): un buen libro no puede serlo si su asunto, por hondo y oportuno que sea, está expresado en forma tosca, insípida o trillada. Nunca  deploraré bastante que, cuando se trata de literatura infantil, se hable casi exclusivamente del plano ideo-temático y se olvide que lo que convierte un discurso cualquiera en literatura, es la forma relevante que le damos.

P. ¿Qué importancia tienen para un escritor sus recuerdos, sus experiencias, sus vivencias en otros países?

R. Excepto mi Cuba de origen, ningún país donde he residido es tema o escenario de mis libros. No soy un escritor realista y no transcribo directamente lo que he vivido o visto. Mi proceso de asimilación es tan largo y tortuoso que las situaciones, los personajes y escenarios de mis obras terminan por carecer de referentes identificables. Sin embargo, estoy seguro de que algún día reviviré (reescribiré) los niños que volaban cometas y criaban palomas en el morro vecino a mi terraza en Río de Janeiro, los barcos que se oxidaban en el cieno del Delta del Tigre (Río de la Plata), el erizo que me salió al paso bajo un puente de Odense y me guió hasta la estatua de Andersen, perdida en la sombra de la catedral de San Canut; el verde espejo de aguas donde nace la “crique” Gabriel, en la Guayana Francesa, o el valle alternativo para dioses del Olimpo que descubrí entre dos cumbres de los Alpes…(cuyas coordenadas exactas a nadie revelaré) o la tormenta de polvo que me atrapó en la « ciudad alta » de Salónica.

Supongo que lo que más diligentemente aprovecho de mis viajes son detalles sutiles: el simple gesto con que un francés saca la mínima carne de un caracol y se la lleva a la boca, el vértigo de los pies de un “carnavalesco” brasileño bajo las luces del Sambódromo, la plena significación del adjetivo “gutural” en la voz de un danés de 6 pies saliendo de la niebla, la resuelta delicadeza de un oficiante hindú al marcarme el entrecejo con el dedo mojado en azafrán… Son bagatelas que se ajustan como anillo mágico al dedo de un personaje que  instantáneamente se torna verídico e impactante para el remoto lector.

La leyenda de Taita Osongo - Fondo de Cultura Económica
Cuando dejé Cuba, yo tenía 34 años pero todavía no había visto sucederse las cuatro estaciones, ignoraba el sabor de los arándanos y que el brezo florece; desconocía el olor de la nieve, el crujido de un parquet de roble bajo mis pasos y la sensación al golpear con los nudillos una puerta de nogal. Todo eso lo había leído, pero eran palabras huecas y ajenas que la vida y los viajes han ido llenando y haciendo mías. También conozco mejor mi propio país desde que me eché a andar: he aprendido a verlo desde la ignorancia, la indiferencia o la fascinación ajena, pero además ha sido a miles de kilómetros de la última frontera patria que descubrí algunas de sus reliquias: un almiquí (pequeño insectívoro casi endémico y al borde de la extinción) que me aguardaba, momificado en el museo de ciencias naturales de Viena, o la obra maestra de la pintura cubana, “La Jungla”, de Wilfredo Lam, que me pasmó de admiración en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Alguien comparó a los libros con los icebergs, que disimulan bajo el agua una masa siete veces mayor de la que vemos (o algo así: soy muy malo en física… y nunca he visto un iceberg); de la misma manera, el escritor tiene que vivir mucho que jamás escribirá.

Rodando por el mundo, descubres que tus certezas, costumbres y referencias son exóticas y hasta incomprensibles para otras gentes, cuyas respectivas certezas y costumbres te resultan completamente ajenas y hasta incomprensibles. Frotarse con otras culturas, con otras experiencias (o con la misma, pero vivida desde otro lado) ayuda a relativizar y hace al escritor más perspicaz, más universal, más durable. Todos mis libros llevan la huella de los viajes que he realizado; incluso cuando yo mismo no sé decir en qué página exactamente. Ejemplificaré con dos libros que no existirían sin mi trashumancia. Mi tesoro te espera en Cuba y La leyenda de taita Osongo son libros donde, aparente paradoja, hablo esencialmente de mi país. Pero sin haber vivido antes en Brasil, Dinamarca, Francia..., mi mirada sobre Cuba y sobre mis raíces no se hubiera afinado, madurado y problematizado hasta dar en esos libros.

P. Has escribo muchos libros infantiles: Exploradores en el lago, Mi tesoro te espera en Cuba, Pájaros en la cabeza, Don Agapito el apenado… ¿Con cuál de tus libros te sientes más satisfecho?

En 27 años he publicado una veintena de libros, varios de ellos en más de una  versión o traducidos a lenguas que comprendo al punto de participar en la traslación o haberla asumido totalmente. Y puesto que los editores y yo no discurrimos en la misma dimensión, actualmente me roban el sueño libros que no tienen el más vago compromiso de publicación… ¿Cómo escoger entonces los que más me importan? Uno tiende a proteger los libros peor tratados por el público, la crítica o la suerte, cuando no se deja monopolizar por los más recientes.

Tratando de ser objetivo, he de reconocer que Los cuentos del mago y el mago del cuento marca mi verdadera entrada en literatura. Antes de ese libro yo hacía “libros para niños” y no “literatura infantil”. Escribía con parecido rigor, pero sin jugarme el alma, y llegaba menos hondo que en La leyenda de taita Osongo, que es quizás mi libro más comprometido, y menos lejos que en Aventuras de Rosa de los Vientos y Juan Perico de los Palotes, que es seguramente mi libro más original. Por su parte, Mi tesoro te espera en Cuba me permitió redescubrir mi país, incluso cuando me estaba vedado visitarlo. La distancia que aprendí a tomar respecto a mi tierra me permitió escribir Exploradores en el lago, cuya ambigüedad  permite a sus lectores identificarse con los personajes al tiempo que descubren un escenario natural -y en cierta medida, social- exótico. También destacaré  Pájaros en la cabeza; no solo porque es mi primer libro publicado en cuatro lenguas y el primero que llega a Asia, sino porque creo haber concentrado en él algunas de mis imágenes literarias más expresivas. Don Agapito el apenado y El pájaro libro pertenecen a un tipo de cuento que me interesa mucho, pero que todavía no parece tener amplio público en España: son semi-álbumes, libros ilustrados que no se destinan a niños pequeños y que tienen un mensaje social y hasta un poquito filosófico.




También podría hablar de grandes decepciones: creo que Javi y los leones trata con sutileza digna de mejor recepción el tema de la violencia escolar. Por su parte, Un oficio de centauros y sirenas, mi primer libro de ensayos sobre literatura infantil, parece haber llegado poco a mis colegas escritores y a los especialistas en general. Es que un buen libro no es solo un buen texto; es sobre todo una buena edición (la adecuada puesta en página y la adecuada puesta en circulación). Si escribir es una actividad individual, publicar es actividad colectiva, y el éxito o fracaso de la obra depende no solo del escritor, sino otros muchos factores (vuelvo con las perogrulladas).

P. En Mi tesoro te espera en Cuba rompes a través de la historia de Paloma muchos tópicos sobre la realidad de la isla, ¿qué querías trasmitir a los jóvenes?

R. Este es mi libro mejor acogido en Francia, donde lo estrené en el año 2000 y donde recibió, entre otros reconocimientos, el premio internacional Ville de Cherbourg. En aquella época varios editores españoles se negaron a publicarlo, alegando que los niños no iban a entender el contexto cubano. Es cierto que Cuba presenta particularidades políticas y socio-económicas difíciles de concebir por un chico europeo, pero justamente uno de los objetivos de mi libro es explicar esas particularidades… y hacerlo a través de la trama. El esclarecimiento de un secreto de familia, la búsqueda de un tesoro y el estreno de una amistad amorosa no son condimentos del supraobjetivo de dar a  conocer mi país; todos esos elementos tienen la misma importancia y son indispensables para la construcción de la realidad literaria que me propuse. Si los niños franceses pudieron comprender y disfrutar mi libro, ¿cómo podía ocurrir otra cosa con los españoles, que están mucho más cerca de Cuba? Al presentárseme la oportunidad, en 2002, de publicar este libro en Argentina, desistí de los editores españoles; pero en los últimos diez años, el incremento de la inmigración en la península ibérica creó las condiciones para que los editores, los maestros y padres se dieran cuenta de que los chicos españoles necesitaban y podían leer sobre otras realidades socio-económicas y culturales. En 2008 Mi tesoro te espera en Cuba fue publicado por Edelvives. Los hechos y personajes de esa novela tuvieron su lógica prolongación en otra,  de aventura y conflictos humanos más intensos, que espero se publique pronto.

P. ¿Qué nos puedes contar de tu último libro La bruja Pelandruja está malucha?
La bru ja Pelandruja está malucha - Ediciones SM
R. Ese cuento lo escribí originalmente en francés, en el marco de un proyecto de colaboración entre escuelas y escritores de París. Los niños me pidieron una historia donde apareciesen una bruja, una niña, un niño, un caballo, un conejo, una tortuga, un gato y un delfín… en solo tres páginas. Eran demasiados personajes para tan poco espacio y se me ocurrió reducirlos a la mitad haciendo que la bruja convirtiera al niño en caballo, a la niña en conejo y al gato en tortuga. El delfín no cambia; lo utilizo como facilitador (según el esquema de Propp) del desenlace, y así evito la reiteración de transformaciones.

Es una historia sencilla, con mucho humor; pero no es un simple divertimento. El cuento habla de las apariencias (casi nadie es allí lo que parece), pero también de la responsabilidad que tenemos sobre nuestros actos y de que, por bien que nos disfracemos, seguimos siendo quienes somos; aunque a veces… (el cuento trae sorpresa). Yo había presentado el texto con algunas ilustraciones, pero la editorial prefirió la propuesta de Irma Grüenholz, a base de figuras de plastilina. Esa técnica trasmite cierta rigidez a los personajes, pero crea un universo cercano a las películas de animación que tanto gustan a los chicos hoy. A ver si un productor se anima…

P. ¿Qué retos tienes actualmente por delante?

R. Un primer reto me lo lancé yo mismo en 2006, cuando decidí ilustrar la traducción al euskera de La lechuza me contó… Por entonces había tenido un par de decepciones con las ilustraciones de mis libros y decidí volver a los pinceles (mi primera publicación, a los 19 años, no fue un cuento, sino un dibujo). Desde entonces he ilustrado La canción del castillo de arena y Beste bat, nahi dut! (ambos publicados en el País Vasco; en Francia también se publicó el primero, y está por salir un tercer título, inédito en castellano). Soy un ilustrador inexperto y autodidacta y supongo que los ilustradores de vanguardia deben ver con horror mis garabatos (no me defenderé con el estertor suicida “pero a los chicos les gustan…”)


La canción del castillo de arena - A Fortiori
Un segundo reto, mucho más difícil, es el de comprender a dónde quieren ir las editoriales. Desde hace unos años, la industria del libro va saliendo de la fase comercial para entrar en la fase financiera. Sin entrar en detalles (es tema para debate largo) diré que los grandes grupos, resultantes de la concentración editorial internacional, están tratando nuestras obras no como propuestas estéticas, sino como meros productos especulativos. De manera que una obra que el editor ha colmado de elogios, sale de catálogo porque su equipo comercial la considera poco rentable; una rentabilidad que nada tiene que ver con cubrir los costos y generar razonable ganancia, sino con satisfacer las expectativas ¿irracionales? de los invisibles accionistas (que a lo peor ni saben que su dinero ha sido invertido en la industria del libro). Los editores propiamente dichos (esos imprescindibles parteros de la literatura), han perdido el poder frente a los responsables comerciales (esos ¿indispensables? gestores de ventas).

El reto consiste en seguir ocupándome de lo mío: escribir con ambición estética y respeto por los chicos, por la literatura y por mí mismo pese al mensaje subliminal de las liquidaciones de derechos de autor y las notificaciones de descatalogación: “Señor, olvídese de las musas y póngase a fabricar”. La ilusión queda depositada en las editoriales que todavía no han sido englobadas y en las pequeñas editoriales independientes, donde el editor aún responde a las reglas del arte, y de la pasión por crear libros escritos e ilustrados por gente que él respeta para esas pequeñas gentes que los tres: escritor, ilustrador y editor, respetan. Confío en seguir siendo, pese a las nuevas tecnologías de la comunicación, pero sobre todo pese a las nuevas ténicas del mercado, un creador de literatura y no un fabricante de libros.

lunes, 11 de julio de 2011

en el crepitar de las páginas


Chesterton dijo que para un niño de 10 años es maravilloso leer que Pepito abrió la puerta y encontró un dragón, pero para un niño de 5 años ya es maravilloso que Pepito abra la puerta. Como han cambiado un poco las cosas desde la época de Chesterton, probablemente es un niño de bastante menos de 5 años el que encuentra maravilloso abrir la puerta (ya ni siquiera es maravilloso cuando ésta se abre sola, pues ha tenido sobradas ocasiones de ver actuar células fotoeléctricas y telecomandos… y aunque no tenga la menor idea de cómo lo hacen, no tienen nada de excepcional). Para el chico de 15 años lo maravilloso es no abrir la puerta y encontrarse a sí mismo...

No se puede romper todos los esquemas al mismo tiempo en una sola obra –mucho menos en una obra para niños- pues se quebraría el pacto de comunicación con el lector. La abuela de Ertico pertence al modelo familiar, sexista y con imagen de los “abuelos” tradicional: es gorda, se peina con moño, hacendosa, tierna, anticuada, comprensiva, casera. Sus poderes mágicos son del tipo “depositaria” y no del tipo “creadora”, pero al menos es una jubilada, vive sola, tiene una misteriosa vida independiente, guarda secretos enigmáticos y no da consejos.

La escuela refleja la imagen que una sociedad tiene de sí misma”, dijo Alain Touraine. Así, la literatura infantil, en su tradicional y larga dependencia de la escuela, se ve instrumentalizada en aras de la formación de esa imagen social y así deviene didáctica y, frecuentemente, conservadora puesto que a lo anterior se añade el elemento de la nostalgia que el autor experimenta por su infancia; sea en forma explícita o implícita (ver final pag. 504 y pag 505 del Dictionnaire Larousse de littératures, t I, referencia a la asignación a los niños de vestuario anticuado –práctica hoy inexistente)

Sei que peguei o embalo e estou sintonizada com o que devo, quando começa a acontecer um fenómeno que Jung chamava de “sincronicidade”, como si simultaneamente a criaçao no mundo lá fora e a que se exerce em meu mundo interno estivessen afinadas. Algo difícil de descrever, mas nítido. Tento dar um exemplo. Surge no texto um problema que nao consigo resolver. Paro e presto atençao ao que me cerca: leio o mundo. A resposta sempre vem, numa cena a que assisto, num trecho que leio, num caso que me contam, num pássaro que pasa voando.
Es lo que me pasó en Vuela, Ertico, vuela: cuando yo patinaba con el final -sin desarrollo- y el personaje de la alfombra voladora todavía no existía como ser vivo. Fue entonces que salió en El Correo de la UNESCO un artículo que me habían anunciado para el mes anterior, pero que afortunadamente se vio desplazado al de febrero 1996, coincidiendo así con un excelente artículo de Edgar Morin donde él explica su famoso principio de la complejidad, y que resumía el conflicto en que se hallama mi historia: las partes son más que el todo porque poseen características independientes y diversas; pero el todo el más que las partes porque incluye la relación entre ellas. Y explicaba Morin que complexus en latin significa “que está tejido junto”. Fue eso lo que me dio la idea de que la alfombra, al ser retejida por la abuela a partir de los diversos objetos que había estado regalando a su nieto, adquiriese vida y palabra y, siendo una alfombra mágica (voladora) se tejiese entre ellos una relación que permite al chico descubrir su propia valía y hacer los amigos que está buscando desde el comienzo de la historia.
También, pero es más anecdótico, me ocurrió que el día en que terminaba mi novela Exploradores en el Lago -que habla de tráfico de especies y tiene entre sus protagonistas a una cotorra- dos periquitos se instalaran en el balcón de mi escritorio, en el 11º piso de la calle Ayacucho en Buenos Aires. Como si estuvieran allí espiando el buen rol que les correspondía en esa novela (donde también se destaca una bandada de periquitos precisamente).

Hay farsantes, descendientes directos de los pillos que embaucaron al Rey Desnudo contado por Andersen, que publican cuentos sin palabras, sin ideas, sin trama, sin personajes, sin imágenes, sin humor… en resumen, que se limitan a enviar a los editores páginas blancas advirtiendo que los tontos no ven el texto. Esos pillos publican sus “libros” con la misma advertencia en la contratapa. Y allá van los críticos, los libreros, los bibliotecarios, los padres y abuelas a comprarlos y a ofrecerlos a los chicos. Solo algunos pequeños se atreven a gritar: “¡El libro está vacío!” como mismo aquel niño del cuento gritó: “¡El rey está desnudo!”. Pero contrariamente al cuento de Andersen, son pocos los que le escuchan y se ríen de los embaucados.

“El problema no es si es moral o inmoral, el problema es que está mal escrito”, dijo Oscar Wilde. Esto debería estar escrito con letras de oro en el frontispicio de la literatura infantil.
La falta de prestigio académico de la LIJ se debe a que son historias que terminan bien. Sin embargo, todas las personas serias saben que solo hay grandeza en la tragedia, en los temas graves: la muerte, la angustia, la enfermedad, la traición, la flaqueza... Si algún libro infantil se acerca al Parnaso es porque su final , si no infeliz, es al menos ambiguo, irónico, o mínimamente escéptico. Esto puede estar relacionado con la manía castigadora de los pueblos semíticos, pues la Odisea, por ejemplo, termina bien.
Freud descubrió que los niños, a los dos o tres años, cuando empiezan a percibir que sus padres no son perfectos, se inventan padres ideales (un rey y una reina por ejemplo) para suplantarlos, pretendiendo que los que simulan ser sus padres no son más que un par de malvados que los han comprado a algún gitano o simplemente robado. Freud llamó a esa curiosa fantasía infantil la novela familiar. A partir de ese concepto, Marthe Robert elaboró más tarde la teoría de que toda ficción vendría a ser una especie de novela familiar, un modo de abolir el principio de realidad para construir una más gratificante. Podría detectarse un atisbo de ese mecanismo en La divina comedia: en la vida adversa de Dante, condenado al exilio de Florencia hasta su muerte, su libro fue una manera de reconstruir el universo según leyes que él mismo establecía, distribuyendo en él, a partir de sus ideas y de sus pasiones, castigos y recompensas. SE dotó de un padre espiritual, Virgilio (...) y una madre o amante mística, Beatriz...
Hay cierta literatura infantil que parece haberse inventado una novela familiar en la cual ella es hija de una literatura para adultos, especie de princesa oculta...

mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros

traducido a persa, hindi, coreano, tamul, catalán y tantos otros
Olinda, la bella durmiente fue mi primer artículo publicado en el Correo de la UNESCO, me procuró traducciones a decenas de lenguas... en las que a veces ni siquiera supe separar mi nombre del título del artículo

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