el mago del cuento... soy yo

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autorretrato inédito en libro, inicialmente concebido para "Sopa de sol"

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viernes, 7 de agosto de 2015

Don Agapito el apenado


edición agotada

Don Agapito el apenado no consiguió tantos lectores como su primera editorial, la excelente Kalandraka, esperaba y ha sido sacado de catálogo al cabo de solo seis años en busca de sus lectores. 
La vida de una obra literaria y la vida de sus ediciones se rigen por criterios diferentes. En el primer caso, la cuestión es estética, en el segundo, comercial, de estructuras, formatos, demanda, definición del "target"...
Don Agapito el apenado es uno de mis cuentos preferidos, pero sufre del hecho de que doy a mi obra formas propias de la literatura infantil y, en consecuencia, la publico en ediciones para niños... incluso cuando tiene un tema que no resulta tan evidentemente infantil. 
Aquí se trata de la historia de un jubilado que se mete a “canguro”, a babysitter o, más exactamente, a “painsitter” (cuidador de penas ajenas). Para decirlo con la claridad que pedía Thoreau (él reclamaba sencillez en la vida y no simpleza en la expresión, porque la simplificación de lo complejo, nos explica hoy Edgar Morin, no hace más que complicarnos la vida): Don Agapito dedica sus muchos momentos libres, de jubilado, a alimentar con sus pensamientos y cariño los problemas de vecinos y conciudadanos que están demasiado ocupados por esas cosas secundarias que nos llenan el día-a-día y que nos dejan a todos sin tiempo para lo esencial.


Don Agapito el apenado no es un relato abstracto y engorroso, es una historia llena de imágenes (literarias, aunque también tenga las dibujadas, tan inteligentemente, por Federico Fernández) y no carente de humor, donde las penas aparecen como animalejos infelices que solo logran un poco de paz cuando el protagonista los alimenta con pensamientos selectos. Él ha encerrado esas penas, abandonadas por sus propietarios, en la decena de jaulas que había comprado para coleccionar pájaros: “…una para periquitos y otra para un papagayo, una para chorlitos y otra para guacamayos, una para dos mirlos, otra para canarios (…) Pero el día que fue a comprar los pájaros tropezó con una manifestación ecologista y se le quitó la idea de encerrar animalitos”.         
                                                             
Esto lo digo en la segunda página del cuento, y a continuación refiero cómo Don Aga empezó a ocuparse de las penas, preocupaciones, problemas, culpas y hasta prejuicios de sus vecinos: “El problema más visible del señor Réquete Ocupado era que había decidido cerrar una de sus fábricas de helados en la Antártida, lo que dejaría sin trabajo a cuatrocientos pingüinos. Para alguien tan ocupado como él, ésa era una pena pequeña, pero amarilla y lanuda, muy incómoda de llevar, y por eso se la soltó a don Agapito al pasar” (p. 21).
Pronto son muchos los que dejan a mi protagonista un asunto propio para que se lo cuide y… “Una tarde don Agapito se detuvo ante la pena del señor Réquete Ocupado: la amarilla y lanuda, instalada en la jaula para canarios. Se puso a pensar en los pingüinos desempleados, que ahora se pasaban el largo día antártico (dura seis meses) recordando los buenos tiempos: cuando su imagen recorría el mundo en los coloridos envoltorios de los helados "Schlup" (así suenan, parece, los lengüetazos que les damos a los helados). Don Agapito y la pena amarilla sufrían juntos por los pobres pingüinos que ya no podían pagarse vacaciones en las playas de la Antártida, tomando el sol a 5 grados bajo cero, sino que debían permanecer en el pueblo, a 40 grados bajo cero, espantándose los copos de nieve que revoloteaban en la ventisca. “Pero como estaba corto de tiempo, don Agapito se puso también a pensar en las penas de las jaulas vecinas: la de la chica que no podía engordar por causa de su trabajo en el bar del centro y la de cierta abuela que adoraba el chocolate, funesto para su hígado... ¡Y acabó mezclándolo todo! La pena de los pingüinos se echó a llorar porque, a causa de los helados que aquellos producían, había ahora chicas que engordaban y abuelas enfermas...(pp. 35-37)”.
Fue quizás a esas alturas que resonó en mi cabeza una estrofa del soberbio bolero “La Tarde”, de mi compatriota Sindo Garay:
Las penas que me maltratan,
son tantas que se atropellan
y como de acabarme tratan,
se agolpan unas a otras
y por eso no me matan.

Es así que don Aga comprende que su verdadera misión en la vida es compartir el difícil arte de ocuparse de las penas, prejuicios, olvidos deliberados, egoísmos o sueños complicados que nos entenebran la vida.  
Como en mis demás cuentos y novelas, no he querido trasmitir un mensaje (y mucho menos una lección o -¡sálveme Dios!- una moraleja) sino contar una historia que me he creído y no solo creado. Una obra literaria es comparable a un árbol. Nuestro paladar se regala con sus frutos, nuestro olfato se recrea con sus flores, nuestra vista se encanta con la belleza y abundancia de su follaje y nuestras manos comprueban el poderío y refinamiento de su tronco… Pero todo eso , ¿qué sería sin las raíces que se extienden invisibles e irredentas bajo nuestros pies (y los del árbol), sosteniendo y alimentando la formidable estructura que impacta nuestros sentidos?


Sinopsis : La historia de Don Agapito tiene la cualidad del buen humor: se trata de un texto dinámico, contado con un lenguaje actual y con el que cualquier lector se puede sentir identificado. Por otra parte, es una obra no exenta de crítica social, que mueve a la reflexión ante los problemas de los demás y que llama la atención sobre la necesidad de llevar un ritmo de vida más reflexivo, aunque el mundo nos envuelva en su vertiginosa espiral. Porque Agapito va asumiendo, sin darse cuenta, las cavilaciones que preocupan a sus vecinos; para todas tiene una jaula. Las penas que Don Agapito soporta se describen con características humanizadas: se alimentan de pensamientos, tienen necesidades fisiológicas y requieren cuidados constantes, como si de mascotas se tratase.
http://www.eleconomista.es/evasion/libros/libro/55857/Don-Agapito-el-apenado
"Don Agapito el apenado" aborda con mucha imaginación y bastante picardía un tema de mucha actualidad: qué hacer con todas esas cuestiones particularmente importantes para las que nunca tenemos tiempo: prejuicios, culpas, miedos, abandonos, compromisos y obligaciones morales. Para despertar nuestras conciencias dormidas, el autor ha escogido como héroe precisamente a un jubilado, una "persona de la tercera edad", uno de esos viejos que la sociedad de consumo considera inútiles porque improductivos desde el punto de vista del mercado. Es Don Agapito quien, tras renunciar a coleccionar pájaros (primer y no único guiño ecologista del texto) comienza a ocuparse de las penas ajenas... hasta que comprende que no es así que puede realmente ayudar a la gente, y decide enseñarlos a tomar conciencia, todo y cada uno, del abandono en que tienen a sus sentimientos y principios esenciales.
Todo esto, insisto, lo cuenta el autor con humor, con mucha imaginación y con un ligereza de tono que a veces falta en los libros para niñs y adolescentes que abordan temáticas sociales.
Las ilustraciones de Federico Fernández están a la altura: sensibles, sutiles, imaginativas, innovadoras en la forma. El ha sabido echar una mirada muy inteligente sobre el cuento y enriquecerlo con una representación muy gráfica de algo tan indefinible como esas penas, prejuicios y vergüenzas que los personajes del cuento prefieren ocultar.

Firmado: “Ele”. 
Blog Pizca de Papel, 17 de abril de 2009

  

 

Título: Don Agapito el apenado
Escritor: Joel Franz Rosell
Ilustrador: Federico Fernández
Editorial: Kalandraka
Colección: Tiramillas
Ciudad: Sevilla

Año: 2008
Nº pág.: 46
ISBN: 978-84-963880-50-5

Personajes: Agapito - Jubilados - Ancianos
Este libro trata de: Problemas personales - Vejez - Solidaridad – Soledad

Género: Cuentos
Tema: Fantasía – Humor

Don Agapito no sabía en qué emplear todo el tiempo que ahora le sobraba tras haberse jubilado. Su vecino el superocupado le sugirió que podía hacerse cargo de su pena por tener que cerrar una fábrica de helados que tenía en el polo, dejando con ello en el paro a un montón de pingüinos. Y don Agapito así lo hizo, la metió en una de sus jaulas vacías y la cuidó. Pero a esa pena se sumaron otras muchas que le fueron dejando unos y otros. Hasta que aquello empezó a írsele de las manos...

El entrañable jubilado de esta historia pasa de cuidar pájaros a cuidar penas y la situación se va volviendo cada vez más descabellada y divertida. Bajo el amable enfoque de un sentido del humor fantástico y metafórico –bien reflejado en las ilustraciones– aparece la facilidad con que se tiende a delegar los problemas y los conflictos personales en cuanto se encuentra alguien receptivo. Escuchar los problemas de los demás, ser compasivo y solidario está muy bien... sin olvidar que cada uno debe afrontar lo que le corresponde.

Publicado en sol-e


don agapito el apenado

Ilustraciones: Federico Fernández
Kalandraka ediciones.
Pontevedra, 2008.

Album ilustrado, recomendó a partir de 7 años

Don Agapito se jubila y como ha renunciado a criar pajaritos, va llenando las jaulas vacías con penas, preocupaciones, remordimientos… que le van dejando sus vecinos.

Las penas que Don Agapito soporta se describen con características humanizadas: se alimentan de pensamientos, tienen necesidades fisiológicas y requieren cuidados constantes, como si de mascotas se tratase.

Pero la capacidad de Agapito para atender semejante responsabilidad es limitada y pronto se le multiplican los problemas, aunque sean ajenos. La historia nos muestra cuán útil puede ser un jubilado; ya que es precisamente con su paciencia, tranquilidad y mesura que Don Agapito rinde a la sociedad su mejor servicio.

La historia tiene la cualidad del buen humor: se trata de un texto dinámico, contado con un lenguaje actual y con el que cualquier lector se puede sentir identificado. Por otra parte, es una obra no exenta de crítica social, que mueve a la reflexión ante los problemas de los demás y que llama la atención sobre la necesidad de llevar un ritmo de vida más reflexivo (Servicio de prensa editorial)





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mi primera máquina (1975-1979)

mi primera máquina (1975-1979)
biblioteca martí, santa clara, cuba, 1993
Comencé a escribir a mano, claro. Primero con lápiz (usaba los de dibujo, de mina muy dura, para no tener que estar sacando punta continuamente; así comencé a gastarme la vista y a los 15 años ya usaba gafas -"espejuelos" decimos en Cuba- de aumento). Luego pasé a los por entonces escasos bolígrafos. Cuando a mediados de los años 1970 quise comenzar a compartir mis escritos con los colegas de taller de escritura o presentarlos a premios literarios, comencé por acudir a alguna colega o amiga mecanógrafa. Una bibliotecaria de Sala Juvenil de la Biblioteca Provincial de Santa Clara tecleó mi primera novela (que ilustré... a mano, claro) y mandé al Premio UNEAC 1977. Pero mis obras eran largas y ella tenía mucho trabajo. Así comencé a teclear yo mismo en la Underwood de la foto: una máquina prehistórica, pero muy bien cuidada y de tipos redondos.
Fue al año siguiente que un amigo mexicano que partía de vacaciones, me dejó su moderna máquina portátil. En ella aprendí a teclear según las reglas del arte y mecanografié mi segunda novela, por primera vez de la primera a la última letra.
De mis máquinas posteriores no guardé ni el recuerdo de una foto, y tampoco de la máquina electrónica que utilicé durante mi estancia en Brasil '1989-1991) ni de mi primer ordenador, un Compaq portable que me acompañó 8 años. Pero esta ya es otra historia, porque en él comencé a escribir directamente sobre un teclado; abandonando para siempre la versión manuscrita previa y el enojoso mecanografiado ulterior
Lo dicho; esa es otra historia.

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